Pues mira, Xander: hasta hace aproximadamente cuatro años, yo no tenía ni idea de videojuegos. Sólo había conocido los juegos clásicos de los salones recreativos, el tetris y ése del coche rojo descapotable que iba por la playa con un tipo guaperas y una tipa rubia. Alguno más, pero no lo recuerdo.
A Madrid me trasladé en el 97 y, un par de años después, uno de mis hermanos me hizo un regalo que me dejó perplejo: la Nintendo 64. Y yo pensé: joder, que ya soy mayorcito. La consola venía con un juego: Zelda, Ocarina of time. ¡Estuve jugando todas las noches durante un mes hasta que logré acabarlo! ¡Lo pasé entero!
Luego me distancié de la consola. Llegué a convencerme de que había enfermado o algo así. Pero al año siguiente, cosas de la vida y del destino, doblé mi primer videojuego: Steel Soldiers. Y, claro, le eché un vistazo en el ordenador. Y, poco a poco, fui echando vistazos a todos, doblados o sin doblar.
Y ¿sabes, Xander?: he encontrado verdaderas porquerías, mal sonorizadas, con gráficos chapuceros y demás, pero también me he topado con juegos alucinantes: Medal of Honor, por ejemplo, o GTA III (éste es un desmadre, la leche, y el GTA Vice City es todavía mejor, porque el rollo de las motos es la repera.)
Ya ves, Xander. Como dice Nakia, no estás solo.
