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Érase una vez un río. En él se bañaba mucha gente. Se acercaban niños, mayores, excelentes nadadores, gente que sólo se atrevía a mojarse los pies…
Este río tenía un agua muy transparente y cristalina, y mucha gente disfrutaba bañándose, bebiendo el agua fresca o disfrutando de las vistas desde la orilla.

Ocurrió que un día el agua no bajaba tan transparente como siempre. Algunos visitantes del río se preocuparon y echaron un vistazo río arriba. Entonces vieron que había unos cuantos nadadores chapoteando muy fuerte en el río, y eso hacía que la arena del fondo se levantase y enturbiase levemente el agua que bajaba. Cuando subieron a preguntar qué hacían, los nadadores le dijeron que chapoteaban fuerte para aprender mejor sus movimientos nadando, y después de enturbiar un poco el río, terminaban nadando mejor y dejaban de levantar arena del fondo. Los visitantes que habían preguntado se dijeron: “Bueno, todos tenemos derecho a disfrutar del río, y si el agua sólo se enturbia un poquito y durante poco rato, merece la pena si alguno de nosotros ha aprendido a nadar mejor. Quizá quien ha ensuciado el río durante un momento me pueda enseñar a nadar mejor algún día”

Así que todo el mundo siguió visitando el río para nadar, mojarse los pies, refrescarse, o sentarse a la orilla para pensar. A veces el agua bajaba algo turbia y algunos se enfadaban por ello, pero después de que eso ocurriese, siempre bajaba alguien de la parte alta del río muy contento porque sabía nadar mejor que cuando llegó. Merecía la pena un momento de agua menos cristalina si alguien había sacado algo bueno de ello.

Pero un día el agua comenzó a bajar sucia de verdad. Además de arena y alguna piedrecilla, el agua bajaba con rocas grandes que hacían daño a quien estaba en mitad del río, emponzoñada con el lodo de muy al fondo. Varios bañistas subieron y vieron a una persona removiendo el fondo y riéndose.

-¿Qué haces? Tienes una forma muy extraña de aprender a nadar.
-No estoy aprendiendo a nadar: Me gusta remover el fondo del río y ensuciar el agua.
-Pero abajo hay gente bañándose y le molesta el agua sucia. Si no intentas aprender a nadar y no vas a sacar nada de provecho, ¿porqué no remueves el fondo en otra parte? Puedes jugar corriente abajo, más allá de donde nosotros nadamos. Así nosotros disfrutamos del agua limpia y tú puedes remover cuanto quieras.
-¡No me da la gana! ¡Me gusta que veais mi agua sucia!

Después de eso, muchos otros subieron a hablar con la persona que ensuciaba el río. Le gritaban, le insultaban, intentaban hablar… Pero no hacía ningún caso. Se reía. Se reía mucho. Y cuanto más le insultaban, más sucia bajaba el agua. Entonces un niño pequeño dijo:

-Si cuanto más le hablamos, más sucia baja el agua, cuanto menos digamos, más limpia bajará.

Como ya lo habían intentado todo, decidieron hacer caso al niño. Quien ensuciaba la parte alta del río al principio se quedó asombrado de que nadie le dijese nada, así que se dedicó a remover el fondo con más fuerza mientras gritaba más y más fuerte:

-¡Miradme! ¡Estoy ensuciando el río! ¿Nadie me va a intentar detener? ¡Eooo! ¡Mirad qué sucia baja el agua! ¡Ja, ja, ja!

Se enfadó de verdad y siguió ensuciando, pero los demás intentaron ignorar completamente lo que hacía y decía. A algunos les costaba mucho trabajo permanecer callados y pretendiendo no escuchar, pero ya que el recurso de hablar, o incluso gritar no había funcionado, había que darle una oportunidad al plan del niño.

Esa persona al cabo de unos días se aburrió de gritar a la nada, porque nadie le hacía caso. Estaba agotado de remover el fondo y nadie le animaba ni le insultaba.

(sigue del anterior)

Nada. Nadie. Estaba sólo removiendo el lodo del fondo y gritando hasta desgañitarse y sólo sus oídos le escuchaban porque todos los demás habían decidido ignorarle. Así que como no tenía a nadie cerca que le dijese nada, se fue a la orilla, se secó, sacó un mapa de su mochila y vio que a unos kilómetros de distancia había otro río. Y como lo único que quería era hacerse oír, se largó al otro río para ver si allí alguien le hacía caso.


A BUEN ENTENDEDOR, POCAS PALABRAS BASTAN (y me temo que ya he escrito demasiadas)