Esta noche, mientras acababa con la última lata de atún (a ver qué me llevo a la boca mañana), he presenciado en televisión un programilla de ésos en que la gente cuenta lo que le da la gana. No recuerdo el canal, aunque tampoco importa. Hasta los documentales de la 2 terminarán contagiándose de esta pobreza televisiva.
En el programilla de marras había invitados y especialistas en el tema, es decir, especialistas en negar lo objetivo. El tema era \"Los ovnis\", básicamente. También se hablaba de los supuestos contactos físicos entre extraterrestres y humanos, de las experiencias paranormales y todo eso.
A lo que voy: a mí, como espectador, no me importa que se traten este u otro asunto. Si nací escéptico y no me trago que hay bichos verdes con antenas, es cosa mía. A nadie voy a culpar de mi obcecación pragmática. Lo que me parece bastante mal, quiero decir, aberrante, es que un puñado de paletos se sienten en un plató de televisión a contar que han visto un platillo volante en el jardín de su casa. Resultan sospechosas, principalmente, dos cosas: la primera, que los paletos describan esos ovnis tal y como cualquiera de nosotros ha podido ver alguna vez en el cine: plateados, brillantes, con una luz inferior potente, con lucecitas rojas en lo alto... La segunda, que los especialistas, o sea, los supuestos entendidos en la materia defiendan a grito pelao las descripciones de los paletos, sin exigirles prueba alguna.
En estos programas siempre suele haber algún pobre desgraciado que no cree en esas cosas y que ha sido invitado amablemente a rebatir los argumentos. Los tres desgraciados invitados de este programa, por supuesto, lo intentaron sin éxito. La cosa era peliaguda, porque resulta muy difícil convencer a un paleto de que los platillos volantes los inventó un novelista hace ya mucho tiempo. Sobre todo si ese paleto cree que colgando un tenedor del tirador de la puerta va a tocarle la primitiva.
También resulta muy sospechosa esa tendencia natural a que los testigos de estos acontecimientos sean gente de escasa cultura y mediocre alfabetización. Y, más aún, que los especialistas tengan todos cara de sinvergüenzas y modales de macarra.
El trasfondo serio y muy triste de este asunto es que existe gente débil y asustadiza que contempla en silencio estos programas desde su casa y cree a pies juntillas todo lo que ahí se cuenta, que no es poco. Como si no hubiera ya motivos suficientes para salir a la calle acobardado.
Pero el meollo realmente podrido es éste: que hoy, en la tele, da igual si habla un paleto o un neurocirujano. Da igual el tema y da igual quien hable. Todas las opiniones son válidas. ¡Y un cuerno! Amparándose en esa tontería del \"habla tú que yo respeto tu opinión\", han surgido determinados grupos de gentuza que acaparan cuotas enormes de pantalla para decir bobadas y afirmar sandeces, con independencia de si una persona ducha en la materia, cualquiera que sea ésta, tiene o no algo que rebatir. El paleto dice que ha visto a un perro de tres cabezas recitando poemas de Antonio Gala en el monte, y si a un señor se le ocurre insinuar que eso es imposible, lo abuchean, porque no tiene sentido del respeto hacia la opinión del otro. Y así nos va. Y si Manoli la bruja dice que cura la gripe subiéndose a la mesa y pegando un moco en la lámpara, pues será verdad, y a ver si el guapo del médico se atreve a contradecirla.
Para una peli medio buena que echan en la tele cada dos semanas, la de porquería que se encuentra uno.
He dicho.
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