La administración electoral española es, quizá, de las mejores del mundo, tanto en eficacia (las urnas se cierran a las 8 y a las 10 y 30 ya está cerrado el recuento y proclamados los resultados provisionales) como en fiabilidad (véase la escasez de impugnaciones). Ya que tanto nos gusta autoflagelarnos, presumamos al menos de esto.
Respecto al sistema electoral, es una cuestión más complicada. La famosa ley de d'Hondt es un método tan bueno como cualquier otro de asignar escaños a votos en un sistema proporcional (téngase en cuenta que la proporcionalidad estricta es imposible pues no hay tercios de escaño, cuartos de escaño, etc: los escaños son unidades indivisibles). El problema de los votos que no valen igual es aún más complicado, pues se debe al muy desigual reparto de población que tenemos en España, y aparecería, con mayor o menor grado, con cualquier método concebible de dividir el país en circunscripciones electorales y asignarles representantes a éstas. Podríamos resolverlo mediante un escrutinio nacional, pero esto crearía otro problema: puesto que las zonas poco pobladas sumarían pocos votos, ningún político les prestaría atención, pues les bastaría con amarrar las zonas muy pobladas (Madrid, la provincia de Barcelona, el antiguo Reino de Valencia, Sevilla y las costas andaluza, vasca y gallega) para asegurarse la victoria, olvidándose del resto. Con el sistema que tenemos, a los políticos les trae a cuenta ocuparse de zonas despobladas (Soria, Teruel, Cuenca, etc.) porque les pueden dar algún diputadito más. Se trata, en suma, de sopesar ventajas e inconvenientes, sin olvidar que (esto está MATEMÁTICAMENTE demostrado) un sistema electoral perfecto es imposible.
_________________ "El arte de la guerra se apoya sobre el siguiente principio inmoral: hazle al prójimo lo que no quieras que te hagan a ti"
Jules Verne
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