Ok, tengo que dar un volantazo y hablar de la Guerra del Planeta de los Simios.
Es la peor de las tres. Partamos del hecho de que no recuerdo una construcción gradual de la psique de un personaje diseminada a lo largo de varias películas como la que ofrece esta trilogía simiesca desde El Padrino. Hasta el momento hemos visto el ascenso de César desde amigo y mascota a líder revolucionario, y cada decisión que ha tomado por el camino le ha convertido en uno de los héroes más multidimensionales y atractivos del cine de este milenio, un líder en la línea de Vito Corleone pero con el grado de progresión psicológica de Michael Corleone. La nueva película coloca a César en una posición de completa inferioridad durante casi la totalidad de la película, y esa decisión priva a esta saga de uno de sus puntos más fuertes. Por supuesto, los momentos bajos de César aquí no se deben completamente a la maldad o errores de otros, lo cual permite explorar una nueva faceta de César, una más insegura y más propensa a hacerle dudar de sí mismo, pero tengo la impresión de que se pierde un poco más de lo que se gana.
Comentó la Roseñora (no sé si debo seguir llamándola así dado que mi nick cambió hace años) que dividir a la humanidad en pequeñas facciones enfrentadas entre sí acercaba de nuevo a esta trilogía a los pilares sobre los que se construye el mundo simiesco original de los tiempos de Heston. Es cierto. Después de que Origen eximiera de algún modo a la humanidad al poner a una cura fallida contra el alzheimer en la raíz de este apocalipsis en el lugar de las guerras atómicas (no lo condeno, la cifi refleja terrores del momento y el miedo atómico está, hasta cierto punto, obsoleto hoy), esta tercera película parece decirnos que esta historia sólo había tomado un desvió un poco más largo, pero que el destino era el mismo. El gran problema aquí es que, al poner de principales antagonistas a un comando específico, esta "guerra por el planeta de los simios" pierde empaque simbólico. No se siente como "simios vs. humanidad", sino "simios vs. unos villanos específicos". Woody Harrelson tiene un largo monólogo un poco explícito que trata de potenciar ese reverso más existencial de esta batalla, pero no es suficiente. Por suerte, la trilogía no se ha cerrado sin explotar debidamente la cuestión. Está encapsulada de forma magistral en la segunda película.
El lado más reflexivo del ascenso de los simios y la caída de los humanos se trivializa aún más por lo que parece ser una decisión derivada de la posibilidad de que esta saga termine aquí. Realmente agradecería que la intención de Fox fuese retirarse graciosamente al haber puesto punto y final a la trilogía de César, pero hasta este cambio de ritmo respecto a las sagas que sólo mueren ante el máximo agotamiento comercial tiene su lado negativo:
Entre una cosa y otra, la enorme implicación emocional que esta saga había logrado establecer con sus héroes hasta el momento, se resiente un poco. Se crea cierta distancia. Vi más esfuerzo superficial por lograrla (música atronadora, primeros planos intensos) que resultados auténticos. Lo que no es decir que esto sea una película mala o mediocre. Es sólo el eslabón más débil de una cadena increíblemente fuerte; débil frente a sus dos hermanas pero superior a prácticamente cualquier blockbuster actual, incluida casi cualquier nueva entrega entretenida-pero-instantáneamente-olvidable del universo Marvel. Una película emocionante, que desafía expectativas y aporta una dimensión bíblica tanto a la figura de César como al viaje de los simios en su totalidad (lo que la acerca a Logan más aún que el factor niña). En lugar de subirse al carro sociopolítico usando la relevancia como carta blanca para reivindicarse a sí misma por el camino fácil (incluso prefiere imitar el estilo del cine antivietnam de los años setenta y ochenta a empaparse de su carácter coyuntural), pone todo el peso sobre la escritura y los personajes. Muestra el lado oscuro del Don y se beneficia de un reparto de secundarios rico y cuidado desde la primera parte, con ese maravilloso consigliere que es Maurice, el redimido Rocket o la siniestra sombra de Koba, cuya presencia, aunque sólo sea espiritual, siempre se agradece (el recién estrenado Simio Malo, por su parte, da para debate). Y hablamos de simios que realmente no están ahí. De amasijos de píxeles que han probado la omnipotencia de la tecnología digital cuando se usa con sabiduría y en perfecta comunión con el factor humano. No ha habido nunca, al menos fuera del cine de animación, un CGI tan capaz de conmover y despertar tantas emociones palpables. Nunca me había olvidado tanto de que "ese personaje realmente no está ahí". La academia, compuesta en su mayoría por actores, es recelosa ante la idea de nebulosas humanas como Andy Serkis usurpando el sitio reservado a caras de carne y hueso en las galas de premios, pero eso no resta un ápice de verdad al hecho de que Andy Serkis, en colaboración con los técnicos de efectos especiales, ha creado uno de los mejores personajes que el cine ha dado en mucho tiempo, un icono para la historia.
¡Ave César!