Al final se me olvidó comentar JOHN CARTER.
El caso es que ya antes del inmenso hostión que se pegó en taquilla me pintaba mal. Bueno, quizá no mal, pero sí es verdad que no me llamaba nada en absoluto. Para cuando se estrenó, ya ni el nombre de Stanton me motivaba para ir a verla. Bah. Paso. Y el otro día, aprovechando que ya circulaban brrips por intenné, me la bajé (y esta vez ya sí con la letra escarlata del varapalo universal cosida a su solapa). Y me llevé una agradable sorpresa, porque no era mala en absoluto. De hecho me encontré con un ejemplo a seguir en muchos aspectos por el moribundo cine de aventuras actual, un auténtico homenaje a la literatura pulp y a los géneros de aventureros en entornos hostiles de los ochenta, tipo CONAN, rodado con un exquisito clasicismo pese a contar con tecnología de última generación. Sus principales problemas tienen que ver con la excesiva complejidad del guion (una peli de aventuras no necesita tantos requiebros, elementos y personajes) y con su incapacidad para hacerse realmente memorable. Quizá el acercamiento a los personajes y sus peripecias es demasiado frío y distante; quizá, como ocurre con La Guerra de las Galaxias o Indiana Jones, a esta película le falta demostrar más amor hacia sus propios personajes, más entusiasmada con ellos.
Hay una película de aventuras reciente con la que me fue inevitable comparar a JOHN CARTER, por el tipo de entornos, por el perfil del héroe, por el grado de exotismo... y es EL PRÍNCIPE DE PERSIA. Y poniéndolas una frente a la otra uno comprende por qué el cine de aventuras está TAN mal hoy día, siendo EL PRÍNCIPE DE PERSIA su exponente paradigmático. JOHN CARTER luce en pantalla su gigantesco presupuesto, sin duda, pero cada dólar está en su sitio exacto, sin dejar que la película se convierta en puro ruido megalómano y aparatoso sólo porque hay cientos de miles de billetes para invertir en cada plano. Esto quiere decir que las criaturas digitales son una de las cosas más convincentes que he podido ver nunca en este ámbito, que conceptos como la ciudad errante que va por ahí destruyéndolo todo están llevados a la práctica de forma impresionante; pero también que no existe la más mínima intención de abrumar con lo digital, con movimientos de cámara inverosímiles, con ruido, con pirotecnia, con un "todo más grande" a cada minuto. En JOHN CARTER hay pausas, hay silencios, hay largos planos y momentos para la calma entre las escenas de acción más espectaculares. Si habéis visto EL PRÍNCIPE DE PERSIA sabréis que ésta destaca precisamente por todo lo contrario. Es puro ruido, un engendro devorado por su propia pretensión de tocar los límites de la espectacularidad mal entendida.
Otro acierto de JOHN CARTER es respetar férreamente el contexto en el que Burroughs escribió las novelas originales. De este modo nos encontramos con un deliberado paso atrás en la concepción de Marte que tiene el ser humano: vuelve a ser ese mundo lejano, misterioso, desconocido y posiblemente lleno de maravillas inimaginables que obviamente, en pleno 2012, ya no es. Asume con orgullo los paralelismos con algunas de las sagas de ciencia ficción más importantes e influyentes del cine porque estas sagas no serían lo que son sin la semilla plantada por Burroughs hace más de cien años. Esto puede suponer una desventaja, al resentirse su originalidad de cara al panorama cinematográfico actual. Y puede que sea cierto, pero el hecho de ostentar su idiosincrasia con tanto orgullo le da ese carácter tan naif y tan pulp que tanto bien le hace.
Es una lástima que la peli no cuente con los actores apropiados para redondear las buenas sensaciones que transmiten su espíritu y su puesta en escena (que de todos modos, habría molado más con más tonos rojos, que estamos en Marte). Ninguno de los humanos, desde Taylor Kitsch hasta Dominic West dan la talla. Ni siquiera Mark Strong, pero es que a él le toca uno de los personajes más absurdos e injustificados del guion (poco más que un recurso narrativo de lo más conveniente). Eso sí, gran intevención de un breve Bryan Cranston (muy bien respetar a Ayones), lamenté que no saliera un poquito más. En cambio, los principales personajes digitales son sorprendentemente carismáticos, a mis oidos en parte por un magnífico trabajo de doblaje. El perrillo ése con cara de critter me encantó, aunque ése no habla.
En fin, que puede que se quede a medias y que no tenga la virtud de permanecer en la memoria, pero por su espíritu y su reivindicación de una aventura más clásica y humilde merece la pena echarle un vistazo. Un 6 alto, o un 7 bajo, no sé.
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