A la espera de que Don Prisas me devuelva la pelota, voy a comentar MUERTOS DE RISA.
Ayer la vi por segunda vez en mi vida. La primera fue hace como cuatro años, movido más que nada por mi admiración hacia Álex de la Iglesia. Por lo demás, recordaba críticas muy malas en el estreno (cosa rara, porque entonces yo tenía sólo diez años) y una fama terrible en años posteriores. La oveja negra de la filmografía de Álex, vaya. Así que no tenía grandes expectativas. Las cabezas de cartel no ayudaban: un Santiago Segura post-Torrente y el Gran Wyoming. Y claro, me equivoqué de cabo a rabo, porque lo que encontré fue una sátira del mundo de los cómicos españoles de toda la vida (las parejas como Esteso y Pajares, Tip y Coll o Martes y Trece) llevada los extremos demenciales que tanto le gustan a su director (y a mí), una película tan desquiciada como divertida, pero aún con todo, llena de cariño hacia estos tipos tan representativos en nuestra cultura popular.
Ayer la puse preguntándome si no me había parecido mejor de lo que realmente era, si simplemente por haber superado las expectativas de bodrio que esperaba me había emocionado demasiado. Y bueno, ya puedo confirmar que MUERTOS DE RISA me parece una genialidad, una película jodidamente divertida y penosamente infravalorada. No puedo entender cómo en filmaffinity, tan benevolente habitualmente, la media de MUERTOS DE RISA es suspensa, con la de bodriacos aprobados que hay, como 2 POLICÍAS REBELDES 2. De hecho, creo que son peores todas las películas que Álex dirigió después de LA COMUNIDAD, al igual que la bizarrada aquella de PERDITA DURANGO. Mejores de largo son LA COMUNIDAD y EL DÍA DE LA BESTIA, y por poquito ACCIÓN MUTANTE, pero creo que está dentro del saco de las que de verdad, de verdad merecen la pena.
Álex de la Iglesia, un poco como el Tarantino español, dedica su tiempo y su atención a gente de nuestro cine ignorada y olvidada, para rendirle homenajes hechos y derechos. Lo haría en 800 BALAS con los stuntmen del spaghetti western y lo hizo en MUERTOS DE RISA con las parejas de cómicos tan populares en España entre el tardofranquismo y los noventa, que es precisamente el periodo que abarca la película y lo que dura la pareja Nino y Bruno. Hasta más o menos la mitad (o menos) de la película, esta es la vertiente del cine de Álex que destaca, el homenaje puro y duro, con muchos lugares que ya conocemos por el cine y la tele de la época que sobrevive en reposiciones o en youtube y con una descojonante reflexión sobre la idiosincrasia del humor de porrazos por parte de Álex Angulo incluida. A partir de ese punto de la película comenzamos a entrar, lenta pero firmemente, en el territorio más reconocible del director. Los celos vuelven locos a los dos cómicos hasta extremos draconianos, absurdos, descaradamente imposibles fuera de una ficción desquiciada, con uno entrando en la casa del otro con un cuchillo y descubriendo que las cartas de admiradoras enviadas a él no llegaban porque del otro las había interceptado y escondido, y el otro simulando fiestas salvajes eternas para enloquecer de envidia a su compañero. Absolutamente enorme.
Tanto Santiago Segura como Wyoming sacan un partido excelente a sus personajes. Segura, como la mitad de la pareja condenada a ser el tonto de los dos pero lleno de resentimiento y egocentrismo, sale muy bien parado, entre otras cosas porque nosotros sabemos que Segura, como su personaje de Nino, de tonto no tiene nada. Wyoming está mejor todavía. Él es consciente de su fama de antipático, y aprovecha muy bien esta circunstancia para crear a un Bruno desagradable y arrogante en principio, de modo que su posterior descenso a la locura resulta tan patético como divertido. Entre ambos está Álex Angulo, del que creo que no hace falta decir nada. Es un tío grandísimo.
Creo que parte de la efectividad de las escenas más extremas se debe a los dos actores. Ver a un Gran Wyoming desquiciado disparando con una ametralladora a Santiago Segura es tan impensable como divertidísimo, al igual que ver a Santiago Segura ordenando a gritos a las bailarinas de sus fiestas simuladas que se tiren a la piscina bajo la tormenta. Si sumamos pequeñas apariciones totalmente desternillantes como la de Eduardo Gómez (y el trato absurdamente bestial que recibe hasta su final), tenemos una película que es casi una risa total. Una película infravaloradísima que tal vez no se entendió bien en su momento y que sigue a la espera de ser reivindicada. Y ya va siendo hora, que se estrenó hace 10 años.
Un 8.