No hablo de sufrimientos por enfermedades, pérdidas familiares y cosas así, (pero quien quiera, que lo cuente también, puede ser interesante), sino de momentos de sustos, de estar verdaderamente acojonado.
- Cuando tenía 7-8 años, tenía una bici de estas antiguas GAC, nada de bicis de montaña a la que le cambias las marchas y esas cosas. Llevaba tiempo sin frenos, por lo que por la época la utilizaba para desplazarme por el pueblo, y procuraba no ir por sitios con mucha altura/ pendiente. Pues un domingo, mis padres estaban a una parcela que tenemos a unos cuatro kilómetros del pueblo, y tuve la mala idea de ir para allá, pese a que la carretera tenía ciertos tramos de bajada peligrosos. Iba con cuidado, cuando en un punto veo a dos perros que vienen como locos a por mí, juraría que al menos uno era un mastín, o sea unos bichos que flipas. Vi que había un tío al lado, que estaba cuidando ovejas, y de primeras me tranquilicé un poco, pero me doy cuenta de que el cabrón está azuzando a los perros contra mí. Era uno del pueblo que tenía algo de retraso, y nada, los perros que venían a toda hostia, cada vez más cerca, apreté todo lo que pude y cuando llegué a una bajada, los perdí ya de vista. En un momento dado, voy a una velocidad de pánico, y frenando como podía con los pies, creía que me mataba, pero se me apareció la virgen por vez primera
- La segunda vez, fue bajando de La Peña de Francia, unos años después, y lógicamente ya con una bicicleta como dios manda. Es una montaña que tiene un monasterio y hay allí un mirador con unas vistas impresionantes, un sitio tan especial, que no hace ni falta que seas creyente para sentir que estás en un lugar casi místico. Me había costado bastante subir, no sé si sería la primera o la segunda vez, pero se me había hecho duro. A la hora de bajar, la bici va sola, apenas hay tramos que no sean bajada pura, tienes que tomar las curvas con cierto cuidado y poco más. Pero no sé cómo cojones, se me fue la bici, me hizo un derrape y casi me caigo. La sensación de pánico no se me olvida. Desde entonces, bajé siempre con mucho cuidado, todo mi grupo disfrutaba mucho de las bajadas, yo ya no.
- El tercer susto, en el pueblo, también de crío. Habíamos estado a bañarnos al río y fuimos a una zona de monte otros dos o tres amigos y yo. En un momento dado, me agarré a un saliente, no demasiado alto, para subir. Miro, y veo un puto bastardo enorme al lado. Pegué un grito y lógicamente me solté y me caí. Me hice unos rasguños en las manos simplemente, pero el susto del puto bicho, bufffff. Me dan mucha grima las serpientes, personalmente.