En las últimas semanas he decidido revisar Frasier, de las 11 temporadas he visto aproximadamente el 80% hasta el momento. No quería esperar hasta verlos todos para hablar de ella, que la cosa puede prolongarse. De cualquier modo, las temporadas que me faltan son algunas intermedias. Veamos qué cosas comentar.
Para empezar, que Revilla debió pasarlas canutas para hacer un reparto tan ejemplar. Si hay algo por lo que creo que le recordaremos además de su Homer, es por haber asignado a unos cuantos actores los papeles de sus vidas. Y aquí el reparto es sencillamente perfecto. Y la dirección la roza en ocasiones.
En Frasier, Revilla tuvo una oportunidad curiosa: La de firmar. Y su firma es, cómo no, su voz, en todos los intertítulos de las cinco temporadas que dirigió. Si hay algo que se pierde en la serie tras su desaparición, es ese guiño cómplice de una lectura siempre distinta de unos títulos que entendía. Porque su sustituto no los entiende, o, si los entiende, no alcanza para nada los niveles estratosféricos de Revilla. Por cierto, no sé quién es.
Creo que estamos todos de acuerdo en que como mínimo Esquivias encontró en Frasier Crane el papel de su carrera. Ya, ya sé que precisamente a Kelsey Grammer no le asignó Carlos Revilla. Curiosamente, Antonio Esquivias ha tenido la suerte única de vivir este fenómeno dos veces: También un secundario que hacía él en Expediente X tuvo su spin off como protagonista en Los tiradores solitarios. La amplia mayoría de las apariciones del reparto de Cheers que tienen lugar de Frasier se hicieron respetando a las voces de ésta. En algún caso fallaron (María Luisa Rubio en la última temporada), pero me gustó escuchar incluso a Alfonso Gallardo como Woody Harrelson tras prácticamente haberse pasado por completo a la dirección. Volviendo a Esquivias, éste mantiene a lo largo de la serie el pulso del protagonista. Y a quien sólo ve un par de episodios le puede parecer un personaje plano y siempre igual. No, esto no es cierto. Le hacen falta muchos giros muchas veces, como cuando dice algo como "ya no soy un niño, papá" y al segundo siguiente suelta una rabieta infantil. Esa rabieta tiene el reto de ser convicente tanto para el espectador que ve la paradoja como para el personaje que no. Necesita soltarse, pero poco, con contención, algo que Esquivias deja de hacer en personajes como el actor secundario Mel.
Sigo con José Padilla. Los que le asignan el increíble mérito de su ductilidad no se equivocan. Pero los que creen, como yo hasta hace poco, que había mantenido durante 11 años el mismo timbre, cometen un grave error. El Niles Crane del episodio piloto no tiene nada que ver con el de la cuarta temporada. Existe un cambio, una progresión natural hacia el Niles perfecto. Los giros graves abundan al principio, haciendo que quien conoce el timbre habitual de Padilla todavía pueda distinguirlo. Pero luego, en lugar de llevarlo a su terreno, es decir, su voz normal, lo que hace es cambiar, subir sus recursos. Y lo hace de un modo lento pero seguro, sin que el espectador que sigue la serie en orden se dé cuenta. Me parece alucinante, sobre todo teniendo en cuenta que el personaje le pedía distanciarse tanto de su timbre como del timbre original. Fue todo un hallazgo.
Me gustaría ahora hablar de Eva Díez y de Olga Cano a la vez, porque ahí encuentro lo más fascinante. Sus respectivos personajes son totalmente distintos. En inglés eso se ve fomentado por un acento de Manchester y otro de Wisconsin. Eso ya sabemos que es intraducible, y lo que hace un buen director es buscar una tonalidad nueva. Y así ocurre con ellas: Si no nos lo dicen, no sabemos que son de esos lugares. Pero sí sabemos que no tienen absolutamente nada que ver, que sus familias son distintas y posiblemente muy lejanas. Olga Cano tiene un aire campechano que sospecho que no le costó mucho encontrar en los ojos de la actriz. Por su parte, Eva Díez da con unas maneras totalmente inéditas en ella. Me alucinan. E, insisto, qué bien elegidas que están.
Por último, toca hablar de Antonio Fernández Sánchez. No sé si para él también habrá sido el papel más destacado de su trayectoria (la sombra de Érase una vez la vida es alargada para una generación que le tiene hasta la médula como la voz de la sabiduría)
. Pero sí tengo claro que es un broche de oro para su recuerdo. En Martin Crane se plasma su carácter como en muy pocas asignaciones, suyas o de cualquier otro. Y estoy seguro de que él veía al personaje de un modo especial, creo que tenía más en común con él de lo que saltaba a simple vista. No quiero imaginar lo que habría sido no tenerle en los últimos capítulos, que, gracias al destino, no llegaron demasiado tarde.
_________________ El que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen.
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