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MensajePublicado: Dom Mar 30, 2008 7:48 pm 
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Desde mucho tiempo atrás habí­a querido hablar de esta pelí­cula, y aunque parece que en los últimos tiempos el doblaje clásico ha perdido espacio en la página, allá va:

Siempre, ante los detractores (y defensores) del doblaje, he defendido que una pelí­cula doblada es algo más que una mera traducción: es otra pelí­cula que surge amparada, en parte, en la pelí­cula original. Todaví­a entiendo que, para alguien que no se fija en el doblaje, sí­ sea una traducción más o menos afortunada. Pero para quienes conocemos las voces que nos hablan en español y su trayectoria, los otros actores a quienes doblaron asiduamente, es decir, para quienes una elección determinada no es una mera cuestión de nombre o timbre sino que encierra detrás toda una cadena de evocaciones, relaciones de significado y expectativas, esa pelí­cula doblada es eso, otra pelí­cula.

No hay ninguna otra con la que me suceda tan claramente eso como —lo he dicho alguna vez en este foro— con El cuarto mandamiento (1942), la obra maestra de Orson Welles. La habré visto ocho o nueve veces. Siempre doblada hasta ayer. Primero porque no me quedó más remedio: antes de los tiempos del DVD, en televisión la emitieron siempre así­. Después, cuando compré el video de Manga Films, porque me sabí­a tan de memoria los diálogos, tení­a ten interiorizadas las interpretaciones de los Bañó, Nieto, Honrubia, Guardiola, Del Puy, Escola y demás, que temí­a que, en efecto, The Magnificent Ambersons, versión en inglés, me resultara ajena, distinta. Ayer cedí­ por fin y la vi en VO (horas antes habí­a vuelto a ver, con unos amigos, la versión doblada). Y sí­, es otro film, no dirí­a que enormemente distinto, pero sí­ diferente, cuando menos de un modo sentimental.

En primer lugar, la versión doblada posee una caracterí­stica que en principio es intolerable y que no puede calificarse sino de manipulación artí­stica. Seguramente porque se dobló para televisión en una época nefasta desde el punto de vista técnico, la banda sonora desaparece en los momentos en que hablan los actores de doblaje. Es decir, desaparecen los efectos de sonido y, sobre todo, la música original (pasa con otros clásicos como El sueño eterno y El fantasma y la señora Muir). Los técnicos de TVE, por tanto, se veí­an obligados a «colocar» una música diferente, y unas veces lo hací­an con mejor o peor fortuna. La versión original de la pelí­cula de Welles cuenta con una música muy bella, muy evocativa, de Bernard Herrmann que ya conocí­a porque tengo el DVD con la banda sonora del film (además, ha sido mucho tiempo la sintoní­a de uno de los programas de Radio Clásica: fue una sorpresa descubrir su procedencia). Pues bien, ignoro quién eligió la música para las escenas manipuladas del film, pero, si siempre lamento (y lamentaré) este tipo de alteración, en este caso no puedo evitar que el resultado me atraiga de modo irresistible: seguro que, en parte, es por la fuerza de la costumbre (en doblaje, la costumbre es muy importante: a unos hace admitir cosas que a otros horroriza; sin ir más lejos, determinadas asignaciones fijas), pero no puedo imaginar el famoso arranque de la pelí­cula con la música auténtica sino con la falsa.

Ese arranque, como bien saben los que han visto la pelí­cula, consiste en una serie de imágenes y episodios, hilados con notable rapidez y capacidad de elipsis, que narra bastantes años en la vida de la ciudad donde transcurre la historia. Está contada por una voz en off, la del propio Welles en el original. En la versión española es Vicente Bañó, un Vicente Bañó colosal: su voz profunda, recia, muy evocativa, cuya sonoridad parecí­a llenar siempre la banda de sonido en toda su extensión, hace que esa narración resulte conmovedora, cada vez más con el paso de los años. Y es básica, en mi memoria al menos, la relación con la bonita melodí­a (muy sencilla, un leit-motiv bello y sosegado) que eligieron para suplantar la de Herrmann. Ignoro qué música es, pero darí­a mucho por saberlo, y si alguien que haya visto el film la conoce le agradecerí­a en el alma que me facilitara el dato.

Ahí­ está, por lo tanto, la clave de mi Cuarto mandamiento: la sonoridad de las intervenciones en off de Bañó; la pureza de la voz de Marí­a del Puy añadida a la pureza de gestos de Anne Baxter; la voz viril y vibrante de José Guardiola, contenida en su registro como lo es la gestualidad, siempre elegante, de Joseph Cotten; el tono firme y seguro de sí­ mismo, despectivo y chulesco, con que Jesús Nieto reproduce la vanidad del joven George Minafer Amberson (Tim Holt): qué bien sabe dar ese tono de quién se cree el dueño del mundo; la elegancia, sobria y contenida, de Celia Honrubia; ese entrañable tono, que siempre nos recuerda a alguna tí­a soltera que todos tenemos (como la Agnes Moorehead del film) de la voz de Ana Dí­az Plana... En sus interpretaciones, y en esa música desconocida, reside mi fascinación por la versión doblada de El cuarto mandamiento. Con alguna limitación fastidiosa, que reconozco: que Vicente Bañó, de modo absurdo, también doble a un personaje importante, el mayor Amberson, y a veces se produzca el sinsentido de que narrador y mayor Amberson se solapen en una misma secuencia; o que el traductor no parezca saber que, en español, los apellidos no llevan “s” al referirse de modo genérico a una familia (por ejemplo, como el caso de THE SIMPSONS / LOS SIMPSON, incurriendo además en la incorreción, incluso dentro del inglés, de incluir la “s” incluso cuando el apellido es pronunciado de modo singular para los miembros singulares de la familia.

Pese a todo, la versión doblada de El cuarto mandamiento me parece una obra maestra, y la incluirí­a en cualquier lista de los mejores doblajes de todos los tiempos. Siempre quedará, de todos modos, y en esta era del DVD, The Magnificent Ambersons para saborear también las voces de Welles, Cotten, Baxter y demás, así­ como la música original. Algo de lo que también, repito, podemos disfrutar los amantes de ese doblaje.


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