Desde mucho tiempo atrás había querido hablar de esta película, y aunque parece que en los últimos tiempos el doblaje clásico ha perdido espacio en la página, allá va:
Siempre, ante los detractores (y defensores) del doblaje, he defendido que una película doblada es algo más que una mera traducción: es otra película que surge amparada, en parte, en la película original. Todavía entiendo que, para alguien que no se fija en el doblaje, sí sea una traducción más o menos afortunada. Pero para quienes conocemos las voces que nos hablan en español y su trayectoria, los otros actores a quienes doblaron asiduamente, es decir, para quienes una elección determinada no es una mera cuestión de nombre o timbre sino que encierra detrás toda una cadena de evocaciones, relaciones de significado y expectativas, esa película doblada es eso, otra película.
No hay ninguna otra con la que me suceda tan claramente eso como —lo he dicho alguna vez en este foro— con El cuarto mandamiento (1942), la obra maestra de Orson Welles. La habré visto ocho o nueve veces. Siempre doblada hasta ayer. Primero porque no me quedó más remedio: antes de los tiempos del DVD, en televisión la emitieron siempre así. Después, cuando compré el video de Manga Films, porque me sabía tan de memoria los diálogos, tenía ten interiorizadas las interpretaciones de los Bañó, Nieto, Honrubia, Guardiola, Del Puy, Escola y demás, que temía que, en efecto, The Magnificent Ambersons, versión en inglés, me resultara ajena, distinta. Ayer cedí por fin y la vi en VO (horas antes había vuelto a ver, con unos amigos, la versión doblada). Y sí, es otro film, no diría que enormemente distinto, pero sí diferente, cuando menos de un modo sentimental.
En primer lugar, la versión doblada posee una característica que en principio es intolerable y que no puede calificarse sino de manipulación artística. Seguramente porque se dobló para televisión en una época nefasta desde el punto de vista técnico, la banda sonora desaparece en los momentos en que hablan los actores de doblaje. Es decir, desaparecen los efectos de sonido y, sobre todo, la música original (pasa con otros clásicos como El sueño eterno y El fantasma y la señora Muir). Los técnicos de TVE, por tanto, se veían obligados a «colocar» una música diferente, y unas veces lo hacían con mejor o peor fortuna. La versión original de la película de Welles cuenta con una música muy bella, muy evocativa, de Bernard Herrmann que ya conocía porque tengo el DVD con la banda sonora del film (además, ha sido mucho tiempo la sintonía de uno de los programas de Radio Clásica: fue una sorpresa descubrir su procedencia). Pues bien, ignoro quién eligió la música para las escenas manipuladas del film, pero, si siempre lamento (y lamentaré) este tipo de alteración, en este caso no puedo evitar que el resultado me atraiga de modo irresistible: seguro que, en parte, es por la fuerza de la costumbre (en doblaje, la costumbre es muy importante: a unos hace admitir cosas que a otros horroriza; sin ir más lejos, determinadas asignaciones fijas), pero no puedo imaginar el famoso arranque de la película con la música auténtica sino con la falsa.
Ese arranque, como bien saben los que han visto la película, consiste en una serie de imágenes y episodios, hilados con notable rapidez y capacidad de elipsis, que narra bastantes años en la vida de la ciudad donde transcurre la historia. Está contada por una voz en off, la del propio Welles en el original. En la versión española es Vicente Bañó, un Vicente Bañó colosal: su voz profunda, recia, muy evocativa, cuya sonoridad parecía llenar siempre la banda de sonido en toda su extensión, hace que esa narración resulte conmovedora, cada vez más con el paso de los años. Y es básica, en mi memoria al menos, la relación con la bonita melodía (muy sencilla, un leit-motiv bello y sosegado) que eligieron para suplantar la de Herrmann. Ignoro qué música es, pero daría mucho por saberlo, y si alguien que haya visto el film la conoce le agradecería en el alma que me facilitara el dato.
Ahí está, por lo tanto, la clave de mi Cuarto mandamiento: la sonoridad de las intervenciones en off de Bañó; la pureza de la voz de María del Puy añadida a la pureza de gestos de Anne Baxter; la voz viril y vibrante de José Guardiola, contenida en su registro como lo es la gestualidad, siempre elegante, de Joseph Cotten; el tono firme y seguro de sí mismo, despectivo y chulesco, con que Jesús Nieto reproduce la vanidad del joven George Minafer Amberson (Tim Holt): qué bien sabe dar ese tono de quién se cree el dueño del mundo; la elegancia, sobria y contenida, de Celia Honrubia; ese entrañable tono, que siempre nos recuerda a alguna tía soltera que todos tenemos (como la Agnes Moorehead del film) de la voz de Ana Díaz Plana... En sus interpretaciones, y en esa música desconocida, reside mi fascinación por la versión doblada de El cuarto mandamiento. Con alguna limitación fastidiosa, que reconozco: que Vicente Bañó, de modo absurdo, también doble a un personaje importante, el mayor Amberson, y a veces se produzca el sinsentido de que narrador y mayor Amberson se solapen en una misma secuencia; o que el traductor no parezca saber que, en español, los apellidos no llevan “s†al referirse de modo genérico a una familia (por ejemplo, como el caso de THE SIMPSONS / LOS SIMPSON, incurriendo además en la incorreción, incluso dentro del inglés, de incluir la “s†incluso cuando el apellido es pronunciado de modo singular para los miembros singulares de la familia.
Pese a todo, la versión doblada de El cuarto mandamiento me parece una obra maestra, y la incluiría en cualquier lista de los mejores doblajes de todos los tiempos. Siempre quedará, de todos modos, y en esta era del DVD, The Magnificent Ambersons para saborear también las voces de Welles, Cotten, Baxter y demás, así como la música original. Algo de lo que también, repito, podemos disfrutar los amantes de ese doblaje.
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